Oficio de difuntos by Arturo Uslar Pietri

Oficio de difuntos by Arturo Uslar Pietri

autor:Arturo Uslar Pietri [Uslar Pietri, Arturo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1975-12-31T16:00:00+00:00


Toda esquina, toda casa, era antesala de cárcel. No se hablaba en voz queda sino de detenciones y búsquedas. «¿No sabes a quién prendieron?». «Andan buscando a Fulano. Ayer le registraron la casa». Todo era vaga nueva de escondidos, de presos, de fugitivos. Un rescoldo de miedo penetraba por puertas y ventanas. Cundía el rumor incontenible y frenético de oído en oído, de más en más. Crecía inmenso de voz en confidencia, de runrún en eco, de rute en son, de rumor en pregón, como un oscuro enjambre incesante. Cada noticia era mayor y más increíble que la precedente. Los presos, los perseguidos eran los prohombres de ayer mismo. Después de caer Dugarte todo era posible. Del ministerio al calabozo, de la resonante pareja de caballos de la victoria y los saludos de los guardias, a la fuga nocturna, disfrazado, anhelante, entre los fardos de una carreta, o en el fondo de un falucho hediondo a pescado viejo.

Los presos, los escondidos, los fugitivos, formaban un invisible teatro, donde se podían o debían producir inesperadas y sorprendentes acciones.

Entre los fugitivos verdaderos y los falsos, entre los presos reales y los imaginarios el tejido del rumor crecía y se espesaba. El general Prato había llegado a una Antilla próxima. Iba a reunir a los descontentos. Tenía armas y dinero. Contaba con apoyo impensable. Iba a invadir de un momento a otro por la costa occidental. Sus viejos oficiales arrepentidos no esperaban sino una señal para alzarse. Hasta militares muy próximos al presidente podían estar comprometidos. Decían que venía lleno de perdones y de arrepentimientos. No quería sino castigar la traición de Peláez.

Hasta Peláez, por boca de confidentes, llegaban las informaciones. En la mesa del despacho o en la alcoba oía sin comentar. A lo más decía: «Hay que seguir vigilando a esa gente. Uno nunca sabe». Ante la gente de importancia que venía a tratarle asuntos diferentes hallaba la manera de poner una cara de agobiada paciencia. «Sí, todo eso que usted me propone es bueno y lo podríamos hacer. Pero por ahí anda don Carmelo empeñado en alborotar y echar a perder todo. Yo no he hecho sino tratar de poner orden en el desastre que él dejó. Deudas, atropellos, reclamaciones extranjeras. Yo he pagado, he puesto respeto, he dado garantías a la gente de trabajo, he acabado con el bochinche, le he dado prestigio al país, pero don Carmelo y los vagabundos que lo acompañan lo que quieren es que vuelva el desorden para aprovecharse».

En su habitación del Palacio, mientras Lino lo ayudaba a vestirse, se ponía a hablar como para sí mismo. «Hay todavía mucho pendejo que cree que yo puedo abandonar esto así, que voy a dejar el Gobierno porque unos doctores dicen que hay un nuevo período constitucional. Estaría yo loco. Ahora es que estamos empezando. Hay mucho que hacer y si no lo hago yo, no lo va a hacer nadie».

Con sus nuevos consejeros políticos había tomado medidas sorpresivas y espectaculares. Había declarado al país en estado de emergencia y suspendido las garantías individuales.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.